¿Es la calle una selva de cemento?

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“La calle es una selva de cemento y de fieras salvajes, cómo no, ya no hay quien salga loco de contento, donde quiera te espera lo peor”. Sí, Héctor Lavoe y Juanito Alimaña (¿con mucha maña?) se han encargado de que la expresión “selva de cemento” y sus obvias derivaciones “jungla de asfalto” o “jungla urbana” sean aceptadas como la analogía arquetípica de nuestras metrópolis, en donde las presiones de la modernidad han convertido a los ciudadanos en “animales salvajes” que libran diarias batallas para garantizar su sobrevivencia. Es una forma ilustrativa, y hasta amena, de describir el modus vivendi de las pobladas concentraciones humanas; pero no es la única, ni la más precisa.

Hace cuarenta años, el zoólogo inglés Desmond Morris planteó una perspectiva más científica: en su hábitat natural, los animales salvajes no se mutilan a sí mismos, no se masturban en exceso, no atacan a su prole, ni tienen úlceras, ni padecen obesidad, ni cometen asesinatos. Estas circunstancias ocurren entre los habitantes de las ciudades. Sin embargo, estas conductas se observan también en los animales cuando están encerrados en las jaulas de un zoológico, por lo que se puede concluir que la ciudad no es una “selva de cemento”, sino más bien, como señala Morris, un zoo humano.

En este sentido, el animal-humano-urbano hace mucho que no vive en su medio natural, ha abandonado la esencia cooperativista y solidaria de aquellas tribus en que todos los miembros se conocían y asumían roles específicos para garantizar alimento, vivienda y vestido para todos. Por su propio albedrío, y al igual que el solitario león del zoo, hoy está atrapado en una jaula compartida con miles de extraños con quienes apenas puede cruzar una palabra. Las ciudades están llenas de solitarios.

En este conglomerado interpersonal, la lucha por la dominación social se intensifica: “o domino o me dominan”. No obstante, al tratarse -en principio- de seres civilizados, las prácticas violentas no son aceptadas; por lo que esa ficticia superioridad tan buscada sólo se logra gracias a la ocupación de un peldaño cada vez más alto en la “escala social”.  La carrera por el ascenso social es desenfrenada, sangrienta, ¿salvaje? Muchos fracasan en el intento, y al final sólo los más fuertes llegan a ocupar aquellos privilegiados puestos de autoridad, riqueza o poder.

A pesar de que las plazas de señorío son muy limitadas, el número de aspirantes se mantiene en continuo crecimiento. El deseo de dominación es demasiado humano. Aquellos que pierden una contienda, inmediatamente emprenden otro derrotero hacia el éxito, tal vez uno más especializado, con menos competencia o acaso ridículo. De cualquier forma, la intención es llegar a saborear el poder.  Por supuesto, el poder alcanzado dentro de un grupo reducido será, igualmente, reducido; por lo que el buscador de estatus difícilmente habrá satisfecho su necesidad de supremacía y estará siempre al acecho de una nueva oportunidad para continuar su ascenso. Sí, la carrera hacia la cúspide es, prácticamente, interminable; y aquellos que se han quedado rezagados no tendrán más opción que crear una quimera en donde parecen menos subordinados de lo que realmente son.

Ante lo expuesto, no deberíamos alarmarnos (tanto). El animal humano, asimismo, es creativo, pujante, emprendedor; y la historia está llena de situaciones adversas de las cuales ha salido victorioso. No existen impedimentos, por tanto, para que en algún momento por fin supere las diferencias con sus semejantes y construya esa utópica metrópolis tribal, en donde las sociedades se interrelacionen bajo el espíritu de la cooperación y la solidaridad.

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4 respuestas a “¿Es la calle una selva de cemento?”

  1. […] ¿Es la calle una selva de cemento? […]

  2. me gusto mucho el artículo, GRACIAS!!!

    1. Excelente! Me fue muy útil.

  3. Entretenido el artículo! Justamente hoy tenía esa imagen desde el metro de santiago, Chile.

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